martes, 20 de junio de 2017

La España vacía. Viaje por un país que nunca fue -III- Sergio del Molino

  
“Somos igual que nuestra tierra,
  suaves como la arcilla,

duros del roquedal”

J.A. Labordeta
    
             Después de leer el ensayo de Sergio del Molino y los diferentes trabajos e investigaciones que se han llevado a cabo sobre la despoblación,  y los numerosos proyectos que se plantean para la solución de este problema, proyectos que luego serán difíciles de aplicar a la realidad debido a muchas razones, entre otras, la ambigüedad política o la falta de recursos, vamos a pasar a tratar el aspecto más humano y próximo a los sentimientos que como personas apreciamos y  vivenciamos.
            ¿Cómo? Pues leyendo algunos relatos de los últimos pobladores de estos lugares, hoy  casi vacíos o  asolados del todo y, si tenéis tiempo y ganas, haciendo el camino hasta ellos, pisando y pateando los mismos senderos por donde caminaban sus antiguos habitantes.
            Voy a contar en síntesis cuatro de ellos por los que yo he andado y que, por lo tanto, se pueden realizar fácilmente aunque, es posible que en algunas zonas haya zarzas interrumpiendo el paso y, sobre todo, comiéndose a dentelladas  las casas derruidas del pueblo; otras, sin embargo, es posible que estén más restauradas que en el momento en que yo las visité porque antiguos vecinos suelen juntarse ocasionalmente, a veces una vez al año, e intentan volver a darle vida a lo que fue su pequeño terruño, el legado de sus ancestros donde se encuentran sus raíces familiares, como en el caso de Ainielle.
 Podéis conocer estas rutas desde el link de este blog “El hilo de tender” porque se encuentran anotadas en la parte superior y porque están enlazadas a cada uno de los epígrafes de esta entrada.
Resultado de imagen de fragor del agua portadaEspero que os ilusionen  y os animéis  a realizarlas.

           Nada más empezar a leer el libro, en la 1ª página, ya te ha conquistado la vieja que baja desde La Umbría a Castelbejal con el ataúd de “su” Próspero a lomos de la mula Rosa para darle cristiana sepultura.
A mitad del camino, en la Algecira, se encuentra con la “Purisma” en la ventana. Entre ambas se inicia un diálogo totalmente surrealista porque ambas saben que no se verán más. La Concha no sale de casa y la vieja decide que ya siempre, a partir de ahora, dormirá en el cajón  para que nadie tenga que subir a la masía y tener que bajarla como ella a “su” hombre.
            Prosigue el camino la vieja empezando un “diálogo” realmente mágico y muy entrañable con Próspero, siguiendo un árido sendero perfilado por la Carcama. Estos vecinos de las masías, los masoveros, son gente sencilla, sobria, de pocas palabras pero de gran honestidad en sus promesas y en el fondo con un gran conformismo ante el expolio interior y exterior que están sufriendo.
Hay tantas historias de esa época… ¡¡Tantos sueños rotos!!

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Este autor tenía  mucha relación con Teruel  y dentro del  programa de Animación a la Lectura, también estuvo en el Instituto donde empatizó rápidamente  con el alumnado. Era tan sencillo, tan humano que parecía al abuelo contándoles a sus nietos los sueños de estos caseríos  enmudecidos desde hace tiempo, los caseríos de esos 40 pueblos en las tierras altas de Soria, sufriendo el vértigo de los  vientos milenarios, el susurro del pasado atávico y hondo. Veréis que está dos veces  el recuadro de “La Sierra del Alba”, pero uno es el viaje en general donde hubo una coincidencia que parece más bien sacada del mundo del tercer Milenio. En El Vallejo el protagonista pierde la noción espacio-temporal por la noche y por  sus múltiples sonidos de caminos. A nosotros nos pasó igual y  en en el mismo cruce, dentro del silencio infinito de esa inmensa soledad.
La “otra” Sierra del Alba cuenta tan solo una anécdota que nos recuerda Avelino: la maestra María  plantaba un geranio en la escuela por cada niño que  se iba a la emigración, y les hablaba y los mimaba como si sus palabras y consejos pudieran llegar hasta ellos. Cada vez había más macetas que niños.
Una noche de temperaturas heladoras salió de su casa hacia  la escuela para taparlos de tal manera que no llegaran a helarse. A la mañana siguiente, la encontraron muerta de frío, agarrada a los geranios pero tapados con su toquilla.

José de la “Casa Rufo”, último vecino del pueblo de Ainielle, después de la muerte de su mujer, Sabina, nos va deshilvanando sus nostálgicos recuerdos dentro de una locura delirante y como protector que es de las raíces finales de su pueblo, adentrándose en un maravilloso viaje interior dibujado de nuevos sentimientos y sensaciones.
Cuando estuvimos en Ainielle, mis hijos eran pequeños lo que demuestra que  aunque haya que dejar el coche en Oliván y andar por estrechas sendas, es fácil llegar hasta el pueblo.
Quizás ahora lo de acceder puede que sea más difícil porque ya entonces las calles se encontraban atrapadas por las ortigas y las zarzas pero aún así pudimos entrar y distinguir la escuela con su pizarra medio descolgada y con esas frases que a los chicos les encanta escribir cuando tienen tiza y nadie les dice nada.
Logramos arribar al cementerio que se encontraba pegado a la iglesia como corresponde a lo largo de la historia. En el templo solo se mantenía en pie el altar y una capilla, todo ello bajo un techo hundido que nos reflejaba el sol de la Castilla del Cid en su destierro (“Polvo, sudor y hierro el Cid cabalga”) o las palabras de nuestro Labordeta en una canción (“Polvo, viento niebla y sol…”).
Resulta curioso que por parte del autor, Julio Llamazares, pusiera el nombre de “Ainielle” al pueblo de su relato cuando en realidad se inspiró para ello en la localidad de Sárnago perteneciente a la Sierra del Alba. En un museo etnológico que hay y  puesto en marcha por los veraneantes, se explica dentro de un marco el origen en su pueblo en “La lluvia amarilla”.
 Libro de indispensable lectura y reflexión por ser el 1º en tratar el tema de la desolación y abandono del mundo rural y desde un punto de vista tan entrañable y humano. Tuvo un gran éxito, tanto que él y su autor  son inseparables ya  en toda memoria colectiva.

José, hombre de una peculiar sabiduría sin atadura de libros y con unas habilidades propias de un ingeniero de la Naturaleza.
Severino lo conoce y decide ir siguiendo las estaciones del año junto a él. ¿Qué trabajos realiza en cada una? ¿Cómo cambia el campo  según las diferentes fechas del calendario? ¿La tierra agradece este vivir para ella?
El protagonista solo ha salido de  la Mula, su masía, que se encuentra dentro del término de La Fueva, cerca de  Aínsa donde va a comprar diferentes productos los martes, cuando marchó fuera de su hogar para ir al servicio militar y una vez al hospital de Barbastro donde lo ingresaron por encontrarse enfermo.
Vive con su hermana Pilar a la sombra de la Peña Montañesa (1.037 m) y un poco más abajo, su hermano Manuel junto a su mujer, Olvido.
Cuando llegamos nosotros, ambas mujeres vivían solas, los hombres ya habían muerto y ellas se mantenían como las matriarcas del Pirineo.
Olvido es la que cuida más de Pilar, se mueve como las cabras  por los riscos de las montañas y es más extrovertida. Todavía sirve el trueque como sistema de comercio entre las masías de la zona. En nuestro caso lo practicamos con fruta fresca y Olvido nos regaló cucharas y cucharones  de madera que “su” Manuel tallaba mientras  cuidaba las ovejas.
El nombre de Olvido tiene en esos lejanos montes un sentido auténtico y junto a Pilar no queremos olvidar a estas mujeres que habitan en ese mundo de belleza natural pero muy duro sobre todo en invierno.
Un mundo tan especial y con personajes tan  atractivos y sencillos como estas dos grandes mujeres.
¡Cuánto nos perdemos desde las ciudades!
 (A Pepe Silvestre que plantaría con todo rigor y objetividad el abandono de los pueblos, en el Club de Lectura de la UNED, en su última sesión de este curso)

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