“Siempre
te recuerdo vieja,
nunca
te podré olvidar,
eternamente
paciente,
Zurciendo
la eternidad”
José A. Labordeta
Ríos de letras se han esparcido por
los áridos campos desérticos de la despoblación, unos referentes a los Proyectos
políticos, otros a base de Literatura pero con un fondo real y lo que se quiere
de verdad es que este patrimonio material e inmaterial, no se pierda.
Pilar Edo y Emilio Benedicto del
Centro de estudios del Jiloca han estudiado hasta 260 construcciones de hábitat
rural disperso, desde masadas a
caseríos, torres, y ventas de carretera entre el siglo XVIII y 1950 en el Valle
del Jiloca, desde Cella a la
desembocadura en el Jalón.
Las ventas que estaban ligadas al
transporte y a la atención de viajeros, sin olvidar la explotación agropecuaria, podrían
volver a tener un uso turístico y
cultural al encontrarse en parajes
naturales de gran belleza y al lado de carreteras y caminos. Alguna de ellas
puede verse todavía a la orilla de la carretera N-234 (Sagunto-Burgos) a su paso por el valle
del Jiloca.
Se apuesta porque se integren como
elementos patrimoniales en las numerosa rutas culturales y deportivas que tiene
el Jiloca, entre ellas la red de senderos
locales, la ruta del Cid o el camino de la Veracruz.
Junto a estas reflexiones podemos apuntar
también a la Exposición fotográfica “Masadas,
Signos”, las 55 imágenes acompañadas
de textos de José Giménez Corbatón que recogen elementos y detalles de
distintas masías de las comarcas turolenses de Andorra-Sierra de Arcos y
Gúdar-Javalambre y que juntos recomponen los distintos espacios de una única
masada.
“Una historia de perdedores”. El
autor de las fotografías, Pedro Pérez Esteban, explica que la muestra ofrece
“un relato triste” acerca de estas construcciones, pues habla del éxodo del
mundo masovero a la ciudad y del abandono de estos edificios agropecuarios. “Es
una historia de perdedores”, señala, al tiempo que recuerda la emoción que
despertó en él descubrir “el mundo de supervivencia” que representan las masías,
mundo que no se puede permitir que
desaparezca.
“Masada. Signos”, imágenes de un pasado que se
desdibuja de cara al futuro son imágenes que no muestran edificios sino
detalles de los mismos, se centran en la esencia de los hogares ya abandonados
y en las huellas que sus moradores dejaron. Una vieja colmena, dos sombreros de
paja sobre un poyete o unas patas de gallo para ahuyentar el mal agüero… que
nos recuerdan las cosas que eran importantes en el día a día de los masoveros.
Al filo de estas investigaciones, el
Centro de Estudios Locales de Alcorisa (CELA) ha desarrollado desde 2012 un
proyecto en torno a las masadas y masoveros que ha permitido mostrar la
importante actividad que hubo en estos núcleos de población del municipio. Su
último trabajo –enero de 2015- que salió a la luz, Recuerdos de un pasado reciente.
Catálogo de las masadas de Alcorisa,
es un libro en el que se ha
conseguido documentar el patrimonio de estas construcciones, todavía en pie, y
que suma un inventario de casi cien masadas del término municipal y
alrededores.
Y por supuesto, no podemos dejar de
mencionar el libro “Territorios
abandonados. Paisajes y pueblos olvidados de Teruel”, elaborado por dos
profesores de la Universidad de Valencia, Luis Romero y Antonio Valera, en el
que se recogen a modo de atlas 27 núcleos de población abandonados de la
provincia turolense con el propósito de saber si se pueden reanimar, reivindicándolos
para la memoria histórica, recogiendo objetos que sus habitantes dejaron en su
huida y que son restos y a la vez símbolos de su vida cotidiana. Al mismo
tiempo se hacen rutas senderistas para que la gente las pueda realizar y, de
paso, conocer más nuestra provincia, dentro de la plataforma ubicada en el
Jiloca “SOS Mundo Rural Aragonés”, mostrar
lo que hay y a partir de ello, poner en marcha iniciativas de restauración o reconversión.
El trabajo de campo de dos años se
traduce en la recogida de un copioso material con más de 2000 fotografías,
mapas y documentos varios hallados en los núcleos deshabitados con más de 200
habitantes.
Especial atención han dedicado a las
escuelas con los últimos dibujos y frases de sus moradores, sus pizarras
escritas, sus libros, periódicos…que allí se guardaban, embarrados a veces o
tirados por el suelo. Su idea es que una vez examinados y analizados por los
autores, depositarlos en el Museo Pedagógico de Aragón. Serán pueblos
deshabitados pero no quiere decir que sean invisibles.
Los autores del trabajo dividen los
“abandonos” en tres apartados:
1- Por la crisis de la
agricultura y la ganadería tradicional, como el pueblo de Cañigral, en el que yo estuve hace muchos años de
monitora en unos campamentos y que presentaba un “vacío total” aunque luego se
repoblase con artistas neo-rurales que aprovechando las casas todavía en pie,
montaron sus talleres aunque hoy han desaparecido. Cuando volví al cabo de los
años para recordar… la tristeza se había apoderado de sus calles, y la miseria y las pulgas, también porque nos
fuimos llenos de ellas ja, ja, ja. Aunque también detectamos el encanto que
rodeaba todo el pueblo con su plaza
grande para las fiestas y sus dolinas, obra mágica de la Naturaleza.
Triste es también la historia de la
Casa Grande de Escriche, la Baronía con su grandeza histórica y con el poblado
anexo, hoy prácticamente desaparecido.
2.- Por la crisis industrial o
minera como las minas de Portalrubio o la central térmica de Aliaga, una de las
mejores muestras de patrimonio industrial de la provincia.
3.- Por motivos forzosos, al igual que
ocurrió con el pantano de Santolea al construirse el pantano que lleva el
nombre del pueblo absorbido por sus aguas.
De los últimos datos que se van
dando sobre este tema, el 11 de marzo de 2017, el periódico El País nos
sorprendió con un amplio reportaje sobre nuestra provincia bajo el título de “La Laponia española”, “La región de los
Montes Universales, entre Teruel y Cuenca, cuenta con una densidad de población
menor que Laponia” con fotografías de Kike Para.
El periodista Nacho Carretero apunta
que, según el Instituto Nacional Estadística, el pueblo de Toril en Teruel
tiene 16 habitantes censados. Toda una exageración, según dice María Isabel.
“Ahora mismo, en el pueblo, somos cuatro”. No es una forma de hablar. Toril
cuenta, efectivamente, con cuatro vecinos: Paulina, una mujer de 75 años
apoyada en un bastón; María, que mira con desconfianza a los visitantes
mientras cierra su chaqueta negra; un chico con un perro marrón que se niega a
dar su nombre, y la propia María Isabel, que tiene los ojos azules y la
expresión arrugada. Están todos en la placita del pueblo, al lado de la fuente
donde van a cargar los bidones del agua. La treintena de casas marrones a sus
espaldas están vacías, abandonadas. María Isabel, sentada en el borde de la
fuente, estira las piernas y sonríe dirigiéndose a los periodistas: “Habéis
llegado al culico del mundo”.
Toril y sus cuatro habitantes están
en la zona más despoblada, más olvidada y más vacía de España.
Cruzar la Laponia es avanzar a
través del silencio. Los únicos ruidos que lo interrumpen provienen de los
pájaros, cencerros de algún rebaño o árboles que se mecen al viento. Los
pueblos aparecen cada cierto tiempo, distantes unos de otros, pequeños y
aislados como si fueran “check points”.
La mayoría de ellos tiene entre 50 y
200 habitantes. Otros como Toril resisten agarrados un hilo de vida. Siempre
puede ser peor. El pueblo que está al lado de Toril, llamado Masegoso, se ha
quedado vacío.
Guadalaviar es uno de los pueblos
más grandes de esta zona. Se encuentra a 25 minutos de Toril. Tiene 222 metros
censados, 185 de ellos viviendo en el pueblo, 16 en paro, seis niños, cinco
bares y un alcalde llamado Rufo Soriano Pérez.
“La gente joven desaparece”, dice
Rufo. “Nosotros mantenemos la escuela porque tenemos cinco niños, que es el
requisito mínimo. Hay uno de 12 años, otro de 11 y tres de 4 años. Van todos
juntos al colegio”.
Es un problema que se repite: la
tasa de envejecimiento en esta zona es una de las más altas de Europa. El 32%
de la región supera los 65 años y al preguntarle por el futuro exclama mirando hasta que donde le alcanza la vista:
“¿El futuro?, se pregunta Rufo, el alcalde de Guadalaviar: Es un asunto muy
serio. Lo veo mal. O cambian las cosas o esto se muere”.
Voy
a escribir textualmente el mensaje último
desgarrador de un habitante de Cervera
que dejó como testimonio en la casa donde habitaba y que muestra la tristeza e
impotencia que les invadía al abandonar su terruño:
“En el día de hoy se retira de esta zona el
pastor Florencio Falcó,
que ha permanecido en ella 28 años de día y de
noche.
Adiós Cervera querida, yo nunca te olvidaré.
Lo que de ti nadie quiso, para Florencio bueno
fue.
Viva Cervera, a 22 de octubre de 1992,
retirada parcial.
Morir
en los montes de Cervera para mí es un honor.
La
muerte llega sin dolor (pero) más horrible es vivir aburrido y con
depresión”.
Nota.-
Una parte de la información y de los datos que aquí se ofrecen están sacados de
Diario de Teruel, El País y El Comarcal del Jiloca