QUERIDA MADRE:
Sé que esta misiva no
llegarás a leerla, a no ser que alguna de tus enfermeras te la descifre. Y aun
así no entenderás el significado de las palabras, serán para ti como las piezas
de un puzle inescrutable. Tus pensamientos están tan enredados que ni los
recuerdos vividos más afectuosos son capaces de hacerte reaccionar, deshaciendo
esa enorme madeja que poco a poco se ha ido tejiendo en tu habitual lucidez.
Fragmento de la Virgen cosiendo de Guido Reni |
Cuando estamos contigo y nos miras, tus ojos son los mismos
de siempre, su color, su candor, pero no chispean como antes, aunque con ellos
quizás nos transmites lo que tus palabras no consiguen. Esos ojos a los que nos
agarrábamos cuando de pequeños teníamos miedo, esa mirada que nos arrebujaba
contra la desesperanza, que nos transformaba los días más grises en mañanas de
primavera, ese destello que hubiéramos detectado entre los mil y un rayos de
sol.
¿En qué mundos –pienso- se puede mover la mente para que
en un momento determinado se pare y
olvide, no solo lo lejano sino lo más cercano y más querido?
¿Cómo se puede descoser en tales jirones
nuestro cerebro?
Madre,
me gustaría recopilar, como en un álbum de fotos, todos los retazos de nuestra
historia en común y enseñártelo todas las noches a modo de cuento para que,
unido a los sueños, fueras recuperando tu pasado y nunca te olvidaras de lo que has sido para nosotros, de lo que has
sufrido, pero también de todo lo que has disfrutado
¿Te acuerdas?
Estábamos
en la posguerra, nuestra casa era pequeña, la pecunia familiar exigua pero
nunca tuvimos la sensación de escasez. Tú lo iluminabas todo, lo llenabas de
fantasía y hasta la cosa más cotidiana como un paseo bajo los Arcos, nos
parecía una fiesta a todos los hermanos. Es posible que en algún instante, veloz como un relámpago, te sintieses sola, porque el
vínculo cohesivo que tenías en tu pueblo, donde la familia es extensa y los
vecinos y amigos cercanos, te causara añoranza, esencialmente, cuando
compararas todo lo material que te sobraba antes y que ahora te faltaba. Pero
nos tenías a nosotros y el afecto familiar te llenaba totalmente, de eso sí que estoy segura.
La
España franquista se estaba resquebrajando, nosotros hablábamos de libertades e
igualdades entre la fiebre adolescente que nos imbuía, tú callabas pero tu
discurso se resumía en que la única
libertad era la del estudio, única forma de salir adelante y huir de las
miserias. Y así fue.
Recuerdo tu aliento frente a los exámenes y aunque decías que no entendías ya muchos temas de los libros, siempre estabas
ahí apoyando y sufriendo más que nosotros. Nuestros triunfos eran tuyos
también.
¿Me
viene a la memoria, cuando me acompañaste al pueblo donde iba a estrenarme como
profesional, en un Seat 600 de segunda o tercera mano que me habíais comprado. Decías
que te sentías más segura en la
charretera conmigo, aunque se nos quemase el motor -que así fue- que en casa
dándole vueltas a mi primera travesía.
Supuso para mí la primera separación que sufrí
conscientemente -la del nacimiento no la sentí- ahora sí que iba a perder la
relación simbiótica contigo. Una insoportable soledad me embargó porque ya no
me abarcarías cada día con tu mirada, con tu mano en mi hombro ayudándome a
seguir, con ese calor que empañaba los cristales y transparentaba mi alma en
las tardes invernales. Pero también es verdad que nuestra identidad se
construye a través de las pérdidas que vivimos.
Cuando
nos oías argumentar sobre la liberación de la mujer, sonreías, apuntabas que tú
habías llegado tarde, pero sabes que si no hubiera sido por ti, no estaríamos
ahora donde estamos, en la lucha por la igualdad.
¡Qué
perspectiva de futuro tuvisteis el papá y tú! Cuando a los hijos de la mayoría los mandaron enseguida a trabajar,
vosotros apostasteis por nuestro futuro.
Gracias
por no dejarnos unas yugadas de tierra, sino la posibilidad de saber pescar
cada día nuestro pez, tal como dice el refrán chino.
Mamá,
diste colorido a nuestra vida aun en las jornadas más sombrías pues nos hacías reír de nuestras
propias pesadillas y nos agrupaste a todos los hermanos como una piña, para que la fuerza interior
explosionara en energía al enfrentarnos al mundo.
Ahora
que yo soy madre también, he constatado y valorado más tu tolerancia, tu
respeto, tu confianza hacia nosotros a pesar de que no entendieras algunas decisiones
y me ratifico, que si de pequeña no concebía la vida sin ti, ahora confirmo
rotundamente que sin una madre, huérfanos de amor y sin el referente materno,
es imposible vivir.
Yo,
mientras tanto, sentada en un banco bajo un sauce llorón, el árbol que siempre
me ha atraído por sus delicadas ramas, trato de analizar qué relación hay entre
la búsqueda tan desesperada en encontrar a mis hijos escondidos entre las
salvias y el deseo de reencontrarte con tu espíritu olvidado.
¿O
lo has encontrado y lo tienes dormido porque te has cansado ya de sufrir y
prefieres vivir en ese dulce paraíso infantil? No lo sé, pero te sigo viendo
con la felicidad pintada en la boca… feliz.
Y
yo…. Orgullosa porque sé que estás ahí
dándome fuerzas y ánimos, y más ahora en
que mi situación vital es difícil.
Yo
también te quiero.
¡!Y
siempre vas conmigo¡¡
Gracias querida amiga y compañera.
ResponderEliminarQuerida Carmen, siempre tengo presente a mis dos madres, la una que me dio lavida y la otra que me eenseñó a ser, en parte lo que soy hoy.
Como echo de menos a ambas!
Nuestra historia personal se e hebra con la colectiva de lo que nos tocó vivir, esta es nuestra urdimbre, pienso que cada una de nosotras hemos hecho un vestido que se parece.
cuidateme mucho, me gusta leerte e
Escribir me cuesta muchisimo,pero queria darte las gracias por compartir, por ser y estar conmigo.
Te abrazo.
Te pienso compañera.
Salud!
Un abrazo fuerte mi querida amiga.Me encanta leerte....que lucidez y claridad de pensamiento.Imagino que estamos juntas.
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